10 de noviembre de 2005

No desciende el mar hasta estos labios. No se quiere el sol. Planea una alarmada extrañeza, un desatino. Son quejidos los días primeros de la excomunión, lloros. Y en la materia de la salvedad ronda una degradada multitud. Me duelen sus sueños.

Veo el reflejo de los ojos de un animal salvaje. Adentro miradas en sus formas. Soy su miedo. Me habito en él. Lucimos sed de calor que no llega. Podría morir de frío y vive en el frío.