22 de noviembre de 2005


Lo que me ocupa en el sudor es el trabajo de las cortinas oscureciendo esta habitación. El desamparo da continuidad a las promesas imposibles y a menudo adquiere un tono dorado para agitar la piel de las paredes blancas y agrietar la conciencia. No sabría decir que es lo que mantiene el brillo. A veces un charco turbio donde no se reflejan los rostros y la luz se esconde indiferente, o el ruido de las amapolas en descomposición acechando en las ventanas cerradas. Otras veces la desgana, su inercia, su sordidez.


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