Quién iba a advertir
en ese despropósito
de esfuerzos sin sentido,
el espasmo que anticipaba
el sudor del ánimo,
si incluso con la paciencia
no cesaban los derroches
y no llegaba a la boca
ni una triste verdad
con la que alimentarse
y poder calmar el rito constante
de los ahogamientos secretos.
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