Y la sala se llenó de satisfacción y el público en pie ovacionó sin descanso el final del concierto con gestos de buen ánimo y de pequeña decepción por contemplar como se encendían las luces y se confirmaba el fin definitivo del evento, anhelando quizás los repetidos bises que Javier Ruibal ofreció la semana pasada en su concierto de Berlín. Aquí el regalo fue de cuatro canciones y como todo el concierto fue un paseo entre la emoción y la alegría, con "¡ay! pelao" como fiesta final y una "rosa azul de Alejandría" desnuda y austera que acariciaba el silencio con ese llanto desgarrador y tan emocionado.
Antes, la lírica inteligente y magistral había ido transcurriendo entre ritmos diversos, desde el acompañamiento único de una guitarra, hasta el cuarteto en pleno (percusión, bajo y dos guitarras), sin desperdiciar la oportunidad de hacer otras combinaciones, de las que siempre salieron airosos. Antes, el poema y el humor se mezclaban, a una voz llorando la sustituía otra que provocaba la sonrisa. De la canción de estructura más tradicional a la experimentación y la mezcla constante de registros. De Picasso a La Habana. De los ratones coloraos al amor y sus parientes. Mucho antes, cuando comenzaba el concierto, con la sala repleta y una alarmante ausencia de juventud, fuimos empezando a disfrutar desde las primeras canciones, con una "reina de África" redonda y en un muy buen ambiente creado con los comentarios cómplices y el empeño de los músicos.
Poco hay que decir de los misterios de la industria musical. Ya todos sabemos que lo mediocre nos invade, pero en un país como este donde una ciudad cuenta sus méritos por el número de tonadilleras y no por el de premios Nobel (palabras recogidas del libro "Conversaciones y aventuras con Martín F." editorial Fútbol de poetas, de futura publicación), hay que ser muy limitado para promocionar con tanta insistencia a todos esos músicos del flamenco fusión, del nuevo flamenco o chorradas semejantes y dejar que Javier Ruibal continúe siendo un autor casi marginal. Yo es que hay cosas que no entiendo.
Antes, la lírica inteligente y magistral había ido transcurriendo entre ritmos diversos, desde el acompañamiento único de una guitarra, hasta el cuarteto en pleno (percusión, bajo y dos guitarras), sin desperdiciar la oportunidad de hacer otras combinaciones, de las que siempre salieron airosos. Antes, el poema y el humor se mezclaban, a una voz llorando la sustituía otra que provocaba la sonrisa. De la canción de estructura más tradicional a la experimentación y la mezcla constante de registros. De Picasso a La Habana. De los ratones coloraos al amor y sus parientes. Mucho antes, cuando comenzaba el concierto, con la sala repleta y una alarmante ausencia de juventud, fuimos empezando a disfrutar desde las primeras canciones, con una "reina de África" redonda y en un muy buen ambiente creado con los comentarios cómplices y el empeño de los músicos.
Poco hay que decir de los misterios de la industria musical. Ya todos sabemos que lo mediocre nos invade, pero en un país como este donde una ciudad cuenta sus méritos por el número de tonadilleras y no por el de premios Nobel (palabras recogidas del libro "Conversaciones y aventuras con Martín F." editorial Fútbol de poetas, de futura publicación), hay que ser muy limitado para promocionar con tanta insistencia a todos esos músicos del flamenco fusión, del nuevo flamenco o chorradas semejantes y dejar que Javier Ruibal continúe siendo un autor casi marginal. Yo es que hay cosas que no entiendo.
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