20 de julio de 2006





















Miraba sin mirar
y presentía la lluvia
antes de aperecer.
Después, el agua empapaba,
cubría los tejados
con un denso silencio
y debajo, alguien
sacaba los abrigos
y con sábanas cubría
los muebles ya húmedos.
De pie, permanecíamos
contemplando como el aire
se agotaba alrededor.
Había miradas sin intención
perdiéndose, interminable
escasez de conciencia.
Cada vez que llovía
se repetían las mismas escenas,
uno caminaba sin querer
a su lugar dentro de la casa,
era todo cuanto había que hacer.
Luego, esperar a que los charcos
dibujaran formas sin contorno.
Nada hacía suponer
que llegaría un momento
sin ese orden,
que las paredes desconcharían
su firmeza acogedora,
que los rostros irían ocultándose
en recuerdos indiferentes,
que ya no iba a llover
o si llovía
poco iba a importar.

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