31 de marzo de 2006

Ningún desorden puede salvar por sí mismo el placer. El olor cada vez que amanece tiene la pureza original y el menguado recorrido que traerá sus secretos ocultando los devastados jardines donde no crecerá ya otra sensatez sin derrumbe. Son las huellas las que enseñan hasta aquí el paraje no sellado. Es el sonido inconsciente de los hermanos huidos el que sofoca el instante de cautela. Para esta música sin eco, para este calmado paraíso encerrado, han distraído sus obligaciones las indiferencias y no tendrán más olvido en sus pisadas que el justamente necesario.

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