Aquel día el trabajo empezaba a eso de las cinco. Llegué resacoso aún de la noche anterior. La idea no era emborracharme tanto. El zumbido de la máquina de escribir y el sabor aguado del vino fueron los que me mantuvieron dándole al vaso hasta que ya no pude recordar un solo motivo para estar donde estaba. De pronto empecé a cuestionarme hasta mi propia existencia, ya no el sentido y los analfabetos fraseos de mis escritos. Las letras se tornaron animales callados, colgados de medialunas menguantes, mientras la noche se volvía algo completamente insensato y desnortado a medida que me sumía en sopor etílico durante más de trece horas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario