10 de enero de 2011

"Garcetas blancas" de Derek Walcott













El ángulo con que la luz al morir el día
se cruzó en sendos lienzos reveló el basto empaste
de la pintura, tosquedad que tarde aparecía
en la vida, cuando me suponía ya un maestro
de vistas, retratos, setenta y ocho cumpliría
y había hecho cosas aceptables, creía,
las había exhibido, vendido, mas las ásperas
superficies parecían horrible enfermedad
de la pintura que de improviso a barrer venía
rostros y escetas, no un estilo, sólo presunción
burda, el espesor no de la pericia de Van Gogh
o Bacon, que muestra el ser en su autenticidad.
Silente fue la revelación. Nada se oía
en mi estudio sino la mar que, irritada, estaba
por la decepción y el descontento entumecida:
una verdad más allá de orgullo o desesperanza.
Al menos yo era el culpable de mi propio dolor,
resuelto a encontrar la pureza en la putrefacción,
aunque roto y apenado el corazón me dejara.

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