31 de agosto de 2010
"Bajo la piel, los días" de Eduardo Moga
30 de agosto de 2010
29 de agosto de 2010
28 de agosto de 2010
27 de agosto de 2010
26 de agosto de 2010
25 de agosto de 2010
24 de agosto de 2010
23 de agosto de 2010
"Las ocasiones" de Eugenio Montale
Desvalidas en la loma
frondas de la magnolia
verdeoscuras si el viento trae
desde los frigidarios
de las plantas bajas
un alboroto demencial de acordes
y cada hoja que se mece
o refulge en la espesura
se embebe en cada fibra
de ese saludo, y más aún
desvalidas las frondas
de los vivos que se pierden
en el prisma del minuto,
los miembros afiebrados,
esclavos de una agitación
que en círculo se agota: sudor
que pulsa, sudor de muerte,
actos menudos duplicados
por espejos, siempre los mismos,
repercutidos ecos del batir
que en lo alto multiplican
el sol y la lluvia,
fugaz columpio entre vida que pasa
y vida que queda,
aquí arriba no hay salida: se muere
sabiendo o se elige la vida
que muda y no sabe: otra muerte.
Y baja la zanja entre logias
y hermas: el acorde conmueve
las lápidas que vieron las grandes
imágenes, la honra,
el juego, el amor inflexible
y la inmutable fidelidad.
Y el gesto permanece: mide
el vacío, explora su límite:
el gesto ignoto que se expresa a sí mismo
solamente: pasión
de siempre en una sangre y un cerebro
irrepetibles; y entra tal vez
en lo cerrado y lo violenta
con su delgada punta de ganzúa.
22 de agosto de 2010
20 de agosto de 2010
19 de agosto de 2010
18 de agosto de 2010
"Adios, hasta mañana" de William Maxwell
17 de agosto de 2010
14 de agosto de 2010
13 de agosto de 2010
11 de agosto de 2010
"Tres vidas de santos" de Eduardo Mendoza
10 de agosto de 2010
9 de agosto de 2010
8 de agosto de 2010
7 de agosto de 2010
6 de agosto de 2010
5 de agosto de 2010
4 de agosto de 2010
3 de agosto de 2010
2 de agosto de 2010
"Pequeños círculos" de Alberto Santamaría
La peluca de las cosas. Lo ignorado
Pero lo ignorado también existe en sus pequeños actos. Se trata
de no volver con las manos vacías, por eso traemos vino
y algo de queso para la cena; miramos el rastrillo
que junto a la puerta tienta nuestros dedos, la barba del cartero
que se espesa casi blanca a la altura de la barbilla; medimos nuestra distancia
hasta el cubo lleno de leche
sobre el que un hongo de humo asciende —niebla
que atrae al alto hocico del invierno—. Nos llevamos el vaso a la boca
que luego volveremos a colocar sobre la mesa
con la marca lechosa del sorbo en su filo. Es algo más
que la aparente variación de un músculo. En los márgenes
siempre hay vida, como ves. ¿Quién guardará entonces nuestro secreto
ahora que hemos perdido los billetes de vuelta?
Nada en este lugar nos es familiar. Ni la luz que exagera
sus límites, ni el timbre metálico del carnicero
que afila sus cuchillos alejado ya de su presa. Nada. (No te preocupes,
estás a salvo,
la ola de secuestros no te afectará a ti que comercias
con pequeñas lagartijas de cobre. Pero ¿quién es toda esta gente
que respira dentro de un enorme signo de interrogación?)
—Oye, preguntas mientras descifras el número exacto de tu asiento,
¿sabríamos vivir en una ciudad tan común como esta?