
Desvalidas en la loma
frondas de la magnolia
verdeoscuras si el viento trae
desde los frigidarios
de las plantas bajas
un alboroto demencial de acordes
y cada hoja que se mece
o refulge en la espesura
se embebe en cada fibra
de ese saludo, y más aún
desvalidas las frondas
de los vivos que se pierden
en el prisma del minuto,
los miembros afiebrados,
esclavos de una agitación
que en círculo se agota: sudor
que pulsa, sudor de muerte,
actos menudos duplicados
por espejos, siempre los mismos,
repercutidos ecos del batir
que en lo alto multiplican
el sol y la lluvia,
fugaz columpio entre vida que pasa
y vida que queda,
aquí arriba no hay salida: se muere
sabiendo o se elige la vida
que muda y no sabe: otra muerte.
Y baja la zanja entre logias
y hermas: el acorde conmueve
las lápidas que vieron las grandes
imágenes, la honra,
el juego, el amor inflexible
y la inmutable fidelidad.
Y el gesto permanece: mide
el vacío, explora su límite:
el gesto ignoto que se expresa a sí mismo
solamente: pasión
de siempre en una sangre y un cerebro
irrepetibles; y entra tal vez
en lo cerrado y lo violenta
con su delgada punta de ganzúa.
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