5 de marzo de 2008

Casi a diario maldigo
las palabras que pronuncio
(perdido en la forma,
inexacto en el detalle).
Con una frecuencia estricta
me acomodo en el castigo
y en esas impertinentes
ceremonias de la culpa.
El buen criterio me aconseja
frecuentar más el silencio,
escapar de conversaciones
y de discursos sobre todo,
entregarme a la quietud
y al distanciamiento.
Pero me reconozco ya entregado
al mal consejo
y cuando me escucho
no sé cómo disculparme
por lo callado
y lo no hecho.

2 comentarios:

Ignatium Regis dijo...

Sea.

Felipe dijo...

Me quito el bombero del sobre, vendo mirillas... alquilo el brasero... no, no... ah. ya!: me quito el sombrerero.