28 de febrero de 2006

De nada sirve la pobreza de las indecisiones cuando ya todo está difuminado y en la serenidad es el orden un deshecho y la prudencia una tentación. Las marcas distanciadas se comprimen en indulgencias obsesivas. El reloj se filtra en anónimos reclamos con la seguridad que da la sal en los ojos. Niegan las mordazas. Posible es la demencia y obligados están los últimos destellos a escuchar sonidos ancianos. En la inmensidad hay luz. En la sed, sólo permanencia inútil.


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