17 de mayo de 2011

"Emaús" de Alessandro Baricco













Tenemos todos dieciséis, diecisiete años –pero sin saberlo de verdad, es la única edad que podemos imaginarnos: a menudo sabemos el pasado. Somos muy normales, no se concibe otro plan que el de ser normales, es una inclinación que hemos heredado con la sangre. Durante generaciones nuestras familias han trabajado limando la vida hasta eliminar cualquier clase de evidencia –cualquier forma de aspereza que pudiera hacernos visibles para el ojo lejano. Con el tiempo, acabaron adquiriendo cierta competencia en el ramo, maestros de la invisibilidad: la mano, segura; el ojo, sabio –artesanos. Es un mundo en el que, al salir de las habitaciones, uno apaga la luz –los sillones en el salón están forrados con papel celofán. Los ascensores tienen a veces un mecanismo por el que sólo introduciendo una monedita puede uno acceder al privilegio de una subida asistida. El uso para el descenso es gratuito, si bien, por regla general, no se considera esencial. En el frigorífico se conservan las claras de loshuevos en un vaso, y al restaurante uno va ocasionalmente, y siempre en domingo. En los balcones, cortinas verdes protegen del polvo de las calles plantitas coriáceas y mudas, que no prometen nada. La luz, a menudo, es considerada una molestia. Por muy absurdo que pueda parecer, vivimos, si es que eso es vivir, agradecidos a la niebla.

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