
Papercuts
"fading parade"
2011
Qué difícil era y es traicionar al grupo y qué fácil ser desleal con uno mismo. La deslealtad a uno mismo no se suele advertir en el presente, se camufla de malestar, de ansiedad difusa, porque éstas son sensaciones mucho más fáciles de sobrellevar. Yo nunca acabé de identificar aquello que no era más que una traición a mis deseos. Sentía una atracción hacia ambientes menos densos, pero nuestra pueril homogeneidad política nos hacía creer que teníamos los ojos mucho más abiertos al mundo que aquellos que no habían sido llamados por la disciplina del compromiso.
Era de corta estatura y reservado, pero llamaban la atención su silencio febril, su buen humor taciturno, sus modales, ora arrogantes, ora sesgados, hay quien dijo que torvos. Eso es al menos lo que aparentaba ya entrado en años. Nada de eso se ve en el retrato que, en los techos de Wurzburgo, precisamente en la pared sur de la Kaisersaal, en la comitiva de bodas de Federico Barbarroja, dejó de él Tiepolo, cuando contaba el modelo veinte años: ahí anda, a lo que dicen, y podemos ir a verlo, por las alturas y entre cien príncipes, cien condestables y maceros, otros tantos esclavos y mercaderes, mozos de cuerda, bestias y putti, dioses, mercancías, nubes, las estaciones del año y los continentes, que suman cuatro, y dos pintores irrecusables, aquellos que de esa forma juntaron a la gente en esa recensión exhaustiva y están, no obstante, entre la gente, Giambattista Tiepolo en persona y Giandomenico Tiepolo, su hijo. Así que él también está ahí, la tradición requiere que esté y que sea el paje que lleva la corona del Sacro Imperio encima de un almohadón con borlas de oro; se le ve la mano bajo el almohadón; el rostro, un tanto inclinado, mira al suelo; todo el busto cede y parece acompañar el peso de la corona: se doblega bajo el Imperio, tierna y suavemente.