La boca no es para hablar. Es para callar.
—Tienen boca y no hablan —respondió lacónico.
Era un dicho de Mariscal que su padre repetía como una letanía y que Víctor Rumbo, Brinco, recordó cuando el otro muchacho, aterrado, vio lo que había en el raro envoltorio que él había sacado del cesto de pescador y preguntó lo que no tenía que preguntar.
—¿Y eso qué es? ¿Qué vas a hacer?—Tienen boca y no hablan —respondió lacónico.
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