6 de febrero de 2009

Cuántas veces me acosté
escuchando frases a medias
mientras las cortinas robaban
el espacio a las ventanas,
caían los techos
y se ocultaban los periódicos antiguos
que esperaban junto a la chimenea
el llanto final de su desaparición.
Cuántas noches sin batalla
olvidaron encender el fuego
y el alivio del calor necesitado
cuando todo estaba inmóvil,
reflejando la desnudez de los señuelos
que ablandaban los músculos
y los convertían en tacto insensible
para divertimento del desamparo
que nos contiene.
Ni un solo cristal
reconoció en su reflejo
la trampa que abrazamos,
el espesor de la hierba
en la que hundimos la piel.