4 de enero de 2008

Con el desorden adivinado por los matices
que impulsan los días necesitados
y el tiempo casi en espera,
se ha construido una incertidumbre
de inviernos rotos y callados
de la que pende el aire oculto
que suaviza el deseo.
A esta desconfianza en la espera
la llamamos, irónicamente, convicción,
y ocupa las largas pausas
desde donde intuimos
la amargura que nos habita
de vez en cuando.