Ya no había ruido
y sin embargo gritábamos
para pedir silencio,
por más que la casa estuviera en calma
y nunca nadie llamase a la puerta.
Sólo el viento arrastrando
despojos de otros lugares
hacía sonar las calles
con conversaciones entre las piedras.
Y sin embargo seguíamos gritando,
seguíamos pidiendo una prueba
porque se nos escapaba la evidencia,
porque desde el orgullo del coraje
no supimos advertir la estupidez del coraje,
y perdimos la razón
cuando olvidamos el por qué.
12 de marzo de 2009
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